Camino de Santiago
Salida
1 Roncesvalles-Obanos
2 Obanos-Viana
3 Logroño-Logroño
4 Logroño-Grañón
5 Grañón-Rabé de la Calzada
6 Rabé de la Calzada-Carrión de los Condes
7 Carrión de los Condes-León
8 León-Murias de Rechivaldo
9 Murias de Rechivaldo-Cacabelos
10 Cacabelos-Triacastela
11 Triacastela-Portomarín
12 Portomarín-Arzúa
13 Arzúa-Santiago de Compostela
2003

 


Distancia Dia (Km) -
Tiempo Invertido (h,m,s) -
Velocidad Media (Km/h) -
Velocidad Maxima (Km/h) -
Total Camino -
Con las últimas campanadas
se me borró la memoria
y me convertí en Blea
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DOMINGO 31 DE AGOSTO DEL 2003 10:15

En la tranquilidad de mi casa, en la comodidad de una silla y en la estabilidad de una mesa estoy hincando mis posaderas aplanando el culo en un mullido cojín lejos del la incomodidad de el de mi bicicleta.
Mi hijo revolotea alrededor mío cambiado tras estos 15 días que he estado fuera. Celina esta preparándome el desayuno de bienvenida. Se acabaron las aventuras, se acabaron los esfuerzos físico, comienza el trabajo, comienza la monotonía pero ¡YA ESTOY EN CASA!
LA ETAPA del viernes 29 nos levantamos como siempre, sin ganas de dar ni una pedalada. En el polideportivo de Ardua y después de la bacanal de Casa Chelo, cualquiera daba un paso que no fuera para meterse de nuevo en el saco. Una noche de perros donde el techo del pabellón hacía de amplificador de la tormenta que nos cayó esa noche. Afortunadamente el teléfono me lo había dejado en Casa Chelo así que hubo que ir a recogerlo con la buena e inesperada noticia de que la Chelo también servía desayunos. Maravilloso, que mejor manera de empezar un día en el que no teníamos ganas ni de darle un palo a la gran cantidad de agua caída esa noche. Dos cafés con leche y una leche caliente con Colacao (rápidamente perdonada por Norber), tostadas con mantequilla pacientemente preparadas, en sartén, por nuestra anfitriona, mermelada y mantequillas para aliñarlas fueron los manjares que nos hizo de primer impermeable para afrontar la que, a la postre, sería la más aguada de nuestras etapas a la vez que la más última.
Bonita etapa llena de verde blea y dura por lo irregular del perfil. Un constante subibaja rompepiernas que para ser la última no tuvo ninguna consideración. Comenzó a llover nada más salir de Arzúa y terminó nada más entrar a Santiago. Enfundados de nuevo en blea y calados hasta los huesos por el sudor y la condensación de las gotas de agua, nos dirigimos a Santiago con una sola esperanza: la de llegar a Santiago. Noble fin este que de no ser por una portentosa razón (la de llegar a Santiago) hubiera dado al traste con nuestra gran Ilusión (la de llegar a Santiago) muchísimo tiempo antes de llegar a Santiago.
Manolo hacía gala de una condición envidiable sobre las dos ruedas, Norberto no tan envidiable pero su talla y personalidad hacían de compensación, y yo hacía un gran esfuerzo por no caerme en alguno de los empinados tramos de este último esfuerzo.
Un pequeño tropiezo de Manolo enturbió su gran trayectoria matutina haciendo de la canción su Himno. “¡¡¡ que tiene la zarzamora, que a todas horas…….!!!
Norberto desafortunadamente sostuvo un leve dolorcillo en algún músculo de cuyo nombre no puedo no quiero acordarme que hizo del trayecto un tanto desalentador dada la majestuosidad con que había llevado el resto del Camino. De nuevo su personalidad y talla contrarrestó la cadencia.
Yo por el contrario, impoluto, limpio y sin problemas, muy al contrario que mis primeras andaduras en las que di varias veces con mis huesos en el suelo. Con la edad se aprende.
Conforme nos acercábamos al Monte del Gozo, nuestras piernas debitaban cada vez más. Los últimos kilómetros antes de llegar fueron casi inexistentes. Televisión gallega y televisión española y a lo lejos ves la estatua que corona el Monte del Gozo. En ese momento ya sabes que tu aventura ha terminado; que ya no hay que levantarse otro día más con el sentimiento de ¿Qué me pasará hoy?, ¿Cómo estaré? o ¿me dolerá algo?; que se acabaron las noches dentro de un saco o que me falta muy poco para ver de nuevo a mi Manolo y a mi Celina.
También pasa la nostalgia por tu cabeza. Se acaba aquello que un día soñaste en terminar. De aquellas noches de juerga y risas delante de una buena cena. De las confidencias y conversaciones entre buenos amigos y de la tristeza de otro buen amigo que no pudo concluirla.
Todo pasa por tu cabeza y de ella a los ojos.
¿Quien no ha llorado aunque sea muy para dentro al ver aquella escultura fusión del hierro colado con el acero inoxidable? Que levante la mano. Yo no puedo que estoy escribiendo.
Una foto en lo alto con la bici hizo de broche final y prueba de haber llegado hasta allí. Con un abrazo firmamos nuestra experiencia y con un par de gritos la franqueamos. Lo demás fue mero trámite hasta llegar a Santiago.
La mala señalización en la ciudad hizo que nos perdiéramos y abandonáramos a última hora las flechas que daban llegada a la Plaza del Obradoiro.
Allí nos aguardaba una gran amiga que esperaba con ansia a su Manolo. Nuestra llegada por la parte trasera de la plaza (debido a nuestro despiste y al de la Xunta) hizo que viéramos la espalda de Nuria esperando a Manolo por la entrada natural de los peregrinos intentando grabar nuestra llegada. Alguien la llamó y ella dio la vuelta grabando el momento mientras de sus ojos manaban una gran cantidad de lágrimas que nos hizo a todos emocionar. Lo machote que somos, la presencia de una mujer (eso siempre nos reprime) y el hecho de que la plaza estaba hasta las manillas de gente evitó que armáramos un escándalo de pataletas, llantos y quebrantos.
Dejamos las bicis apoyadas en la valla del Hostal de los Reyes Católicos y nos abrazamos fuertemente. Luego fuimos al centro de la plaza para admirar los tres picos de la catedral y sentados en nuestras bicis comunicamos a nuestros seres queridos la culminación de la hazaña.
Aquello tocaba a su fin.
Solo nos quedaban algunos protocolos por cumplir al que todo peregrino está obligado y del que su eficacia, tesón y habilidad dependerá que el viaje sea un total éxito o de que solo haya sido una pequeña aventurilla.
A saber.
El primero fue fácil. Mientras Nuria aguardaba fuera vigilando las bicis, los tres entramos en el edificio del peregrino para recoger nuestras Compostelas.
En la primera posición fue el Religiosocultural de Enmanuellen, en segundo el simplemente religioso mío y en tercer el místico cabeza de buda católico de Norbertum.
Con nuestros diplomas en una cajita (de 0.95€ en vez del Euro que pedían en el edificio ayuda peregrinos) nos dirigimos al segundo protocolo que si no más especial que los demás si lo es, cuanto menos, más doloroso.
Los coscorrones al ángel y el abrazo al santo está dividido a su vez en tres subprotocolos que tienen como finalidad, entre otras, sacarnos de quicio en las interminables colas que se crean.
El primer subprotocolo consiste en meter ambas manos en una especie de incubadora gigante donde jamás encuentras ni tocas nada por mucho que te hagas daño con la barbilla.
En el segundo subprotocolo tienes que poner todo tu empeño en quedar bien. Todo el mundo te mira y no son pocos los que se equivocan al introducir los dedos en las marcas existentes en la misma columna donde bajo está la incubadora. Con el gesto más penetrante y concentrado que uno pueda disimular, la mano derecha por encima de la cabeza introducida en dichos huecos y con la izquierda apoyada en una especie de desgastada cabeza de ángel de alabastro negro (como los de Machín), uno tiene que intentar meditar, pensar, recordad todo lo que quiere y desea para otros años venideros bajo la atenta mirada de quinientas personas que vigilan los contornos de tu culote y el que no se te escape ninguna carcajada.
El tercer subprotocolo es el que da nombre al protocolo y por tanto el más doloroso. Rodeando la columna donde queda la incubadora, la cabeza del ángel machiniano y los huecos para la mano, encontramos otro promontorio que debe ser la cabeza de otro angelito negro o en su defecto, el culo del primero, con el que hay que intentar en la medida de lo posible no perder la concentración ya que una leve distracción puede hacer que te rompas el cráneo en uno de los tres golpecitos que ha dársele.
Si todo va bien, y entre los del grupo no se produce ninguna baja, nos dirigiremos al tercer y último de los protocolos (llamémoslo de alguna manera) religiosos.
El abrazo al santo son de las cosas que uno hace una o dos veces en la vida. Es por ello que se aguardan grandes colas y se aguantan penalidades, edores, gritos de niños y preguntas del tipo “¿es esta la cola? Quien da la vez o A como tienen los tomates?. Pero merece la pena.
Tras aguantar toda esta de tretas se sube por una pequeña escalerita donde a ambos lados existen multitud de huchitas o cepillos que te van recordando lo cabrón y tacaño que eres. En lo alto ves como alguien hace un ademán extraño de comprender pero que se debe memorizar porque pronto te tocará hacerlo a ti. Uno tras otro van pasando y tu subes uno tras otro los escalones. Por fin se llega a la parte alta de este pequeño recinto donde un señor de espaldas a ti, con una armadura plateada, aguarda a que realices el gesto antes estudiado. Te paras tras el, piensas algo que jamás coincide con todo lo que habías preparado, miras los cepillos a derecha e izquierda, bajas la cabeza humillado y le pegas un abrazo a la armadura que si no te das cuenta te cargas el móvil que lo llevas en el bolsillo de la camisa. Si eres hábil y el señor que vigila detrás no está muy atento, te puedes llevar alguna de las piedrecitas de colores que lleva la armadura cambiando el paso del abrazo por el del mordisco. El problema es que ya no quedan piedrecitas por los lugares acostumbrados y hay que buscarlas por sitios donde son menos creíbles los achuchones.
Ya sin colas te das la vuelta y bajas lentamente los escalones que hay a continuación con solo un pensamiento en la cabeza. ¡qué agarrao soy!
Pero el itinerario prosigue al pasar a una cripta donde los católicos veneran a Santiago enterrado allí y los historiadores veneran a los católicos que se lo creen.
El cuarto protocolo consiste en la búsqueda de cobijo. Tras el abrazo al santo, decidimos buscar un sitio donde poder dormir. Nos dirigimos al albergue de Santiago de Compostela. Afortunadamente, el hotel donde se alojaban Manolo y Nuria estaba a poca distancia del Albergue, con lo que todos al salir de la Catedral nos tomamos la misma dirección.
El albergue es un seminario que si encuentra a espaldas de la catedral a unos 750 m de ella. Es un edificio viejo cuya tercera planta está preparada para alojar a gran cantidad de peregrinos.
Dejamos las bicis, en la planta baja, recogimos alforjas y nos fuimos a dar una merecida ducha, un confortable aseo y un rasurado afeitado.
Luego en busca de la trona en el tercer piso encontrando unas literas en la esquina de una perdida camareta donde dejamos todas nuestras pertenencias.
Y para la calle en busca de Manolo, Nuria y el quinto y definitivo de los protocolos: LA MARISCADA.
La mariscada, siendo como es el definitivo, último y gastronómico de todos los protocolos del camino, no es ni por allá lejos el más fácil de ellos.
Quien piense que la mariscada es, como el otro y nunca mejor dicho, llegar y abrazar al santo se equivoca.
La mariscada consta de varias partes o subprotocolos que hay que seguir a raja tabla para no caer en el más absurdo de los errores.
El primer punto es anterior a los otros protocolos.
Cuando se pasea por las inmediaciones de la catedral disfrutando de los muchos escaparates, saltimbanquis, tabernas, no hemos de hacer caso alguno de ninguno de ellos ya que de lo contrario podemos caer en una modorra impresionante producida por los jugos gástricos y haciendo imposible cualquiera de los primeros protocolo. Te puedes romper la crisma con el angelito en el segundo, no recordar nada de lo que has de decirle al santo en el tercero o hasta incluso el blasfemar en lugar sagrado en el primero.
El segundo punto a tener en cuenta trata en hacer una pequeña avanzadilla por las recomendaciones de las guías, pidiendo platos de segunda importancia acompañado de algunas cañitas. Por ejemplo, unos berberechos o mejillones al vapor, unos pimientos de padrón etc. De esta manera además de calmar los jugos gástricos también contribuimos a crear un buen ambiente y a ojear otros manjares más apetitosos pero mucho, muchísimo más caros.
Aquí es muy importante llevar la cuenta de lo que se va comiendo y bebiendo ya que podemos llegar desganados a la cena, o lo que es peor, .. borrachos.
El tercer punto pasa por ser el más estresante e incomodo.
La elección del restaurante donde hincarnos la mariscada es de las tareas más ingratas de todo el viaje.
A todos nos importa un carallo el precio del menú.
Pregunta- ¿Qué te quieres gastar?
Respuesta- Me da igual, es el último día y aquí no escatimo en gasto.
Mentira cochina. Este es el momento de tu vida donde los dedos se mueven con más agilidad que nunca haciendo sumas, restas, multiplicaciones y hasta divisiones.
Expresiones como “Ostia”, “Me cago en la puta” o “Cago en diez” son comunes en este punto. Otear 1500 bares lleva su tiempo pero el estomago no dispone de tanto.
Menús a 15, 20, 25, 30, 35, 40 € son las cartas que nos encontramos. Debajo pone: “Centolla Kg a 90 €” ….¡Algo falla!. ¡O nos dan tres kilos de marisco a cada uno o no los dedos fallan!
Así que tienes que ir ojo avizor y no hacer caso a los muchos camareros que se te abalanzan ofreciéndote mesa. Tampoco hay que hacer caso a las degustaciones de productos típicos de la tierra ya que te pueden sentar mal, no solo por el producto propiamente dicho, sino por el cuarto de hora de una insufrible señorita que te repite como un loro las propiedades terapeutas de un trozo de queso.
Una vez que te convences de que todo el mundo te la quiere meter es cuando viene el cuarto punto.
Consiste en encontrar a la persona idónea para preguntarle. Sus ojos nos tienen que decir varias cosas. Que le gusta el Marisco, que le gusta comer marisco, que no tiene amigos que regenten un restaurante donde se sirva marisco, que no cobre comisión por mandar a cuatro tontorrones, que no sea rencorosa o simplemente que tenga un par de dedos de frente.
Dada la dificultad de encontrar una perica en dulce de tal tamaño se decide preguntar a la primera dependienta simpática que a la vez de ojos tenga otras cualidades más ostentosas.
El resultado suele ser bueno sobre todo si le entras de una manera tajante y decisiva: “Mira, tengo un montón de pasta y no se donde gastarla”
El quinto punto está muy claro. Llegar al restaurante que la dependienta te ha aconsejado y simplemente dejarse llevar cerrando los ojos y esperando poder volver a ahorrar lo que llevas una vida guardando en el calcetín.
He de decir, en nuestro caso, que la dependienta que nos aconsejó el restaurante donde cenamos, además de tener dos ostentosas razones también tenía un buen corazón.
Así que nos hincamos una imponente Mariscada que llevaba un poco de todo: Pimientos de Padrón, Lacón y Pulpo (como centro de mesa), una fuente repleta de todo tipo de marisco (gambón plancha, camarón, buey, nécora y cigalas). Luego vieira al horno y de postre tarta de santiago que fue cambiada por queisada (salvo Manolo). Tres botellas de Ribeiro y Orujo para hundir un barco conmigo dentro.
Salir a gusto es una cuestión difícil de conseguir. En nuestro caso plenamente conseguida.
El restaurante San Clemente nos dio bien de comer y bien de beber en un ambiente muy acogedor y con un precio que consiguió precisamente lo que deben conseguir los precios; no ser los protagonistas de la cena.
Un diez por San Clemente.
Como colofón para este definitivo protocolo tenemos la indispensable, imprescindible, infumable e indigesta queimada con sus respectivos rezos a las meidas y cararanpeidas.
Aquí ya da un poco igual donde te la tomas, no por que sea un producto estándar donde todas tienen el mismo sabor e incluso color, sino porque el cansancio del punto número tres y el peo del quinto evita tener que pasar por un primero, segundo. En definitiva que que el primer bar que tenga orujo es el bueno.
A nosotros nos tocó lidiar la queimada con un portugués estilo chorizo de cantimpalo, un ambiente algo extraño (por los atuendos y cadenas de los que allí se encontraban) y una música cuya letra se preocupaba mas bien poco del decoro, la decencia y las familias de los cantantes.
Claro que por 6€ tragas al portugués, te haces amigo de los punkis y acaba gustándote la música sin no piensas, claro está, que la protagonista pueda ser tu madre o tu hermano el policía.
En definitiva, que este último protocolo es en el que el azar cobra mayor importancia. La compañía de unos buenos amigos y el compartir su último día de una bonita historia pone la salsa.
El peo de la cena se ha multiplicado por tres con la queimada. Aún nos quedan varios cartuchos por quemar y las risas y los recuerdos hacen tiempo para la despedida.
Manolo y Nuria se quedarán una semana por Galicia mientras Norberto y yo volvemos a la mañana siguiente.
A las 12:00 en punto nos cierran el seminario que tiene el gran placer de guardarnos durante la última noche. Paseamos silenciosos por la plaza del Obradoiro con la catedral majestuosamente iluminada. Solo estamos nosotros.
Lentamente hacemos nuestro último pasacalles por el casco histórico de Santiago cruzándolo para llegar a nuestros aposentos.
Toca despedida. Un abrazo efusivo a Manolo y a Nuria y un hasta pronto. Nos separan las rutas.
Aún nos quedan unos 300 metros, 150 de bajada (fácil) y 150 de subida (no tanto). Bajada con el “Asturias patria querida” y subida con el “Pobre de mí”. A media cuesta, el potente haz luminoso de Manolo nos deslumbra centelleante desde el cuarto piso del hotel donde se hospedaban. ¿Les hacemos un calvo? Pues vale. Y prestos les hicimos un bonito (para ellos) y gratificante (para nosotros) calvo.
Con la finalización de esta obra cumbre de la humanidad (me refiero al calvo) comenzaron a dar las campanadas en todas las iglesias de Santiago. Pan….. me subo los pantalones…. Pan……. Se los sube Norberto…. Pan……. Pan…….. Así sin pausa y con intervalos totalmente descontrolados nos iban indicando el tiempo que nos restaba de esta gran aventura. Pan……. Pan…… ¡Norberto que no llegamos!... Pan …..¡que dormimos en la calle! Pan …… no puedo Pan ….. venga cabrón que nos cierran las puertas……Pan……..Norber me da igual …… Pan ……¡que nos convertimos en bleas redondas!… Pan………….Chof.
Afortunadamente todas las iglesias de Santiago adelantaban con lo que finalmente llegamos a tiempo a lo que a la postre sería el broche perfecto para estos 15 días de singladura.
¡Manolo ponte tu frontal Tikka plus y en marcha! me ordenó displicente Norberto. Subimos los primeros escalones de llegada al seminario intentando no pisar a los que allí quedaban apurando su último cigarro (de esa noche). Más escalones de mármol blanco hasta el entresuelo y luego ¡Vamos a ver las bicis! Ok. Para abajo. Sótano. Ahí están deslumbrantes (claro que porque reflejaban el frontal porque estaban de mierda hasta los radios). Le voy a hacer una foto. ¡Me apetece!. Clic
Y para arriba los cuatro pisos que nos restan.
A partir de aquí, en mi cabeza aparecieron un cúmulo de imágenes borrosas y distorsionadas que bien pudieran haber sido sacadas de alguna película tipo “El señor de los anillos”, “Despertares” o “La escalera de Jacob”.
El panorama no podía ser más desalentador y me causaba incluso pánico. Cientos de larvas de algún insecto desconocido se postraban en sus catres en calzoncillos emitiendo rugidos de toda clase de decibelios. Otros revoloteaban a nuestro alrededor molestando nuestro avance hacia nuestros lechos.
Debíamos actuar con premura y decisión para poder avanzar con rapidez y mandar a los que revoloteaban a sus camas y callar a los ya postrados. Así que hicimos un alarde de imaginación y manejo de mi Tikka Plus enfocando directamente a los ojos de los enemigos. Afortunadamente estas larvas eran fotosensibles, con lo que a cada fogonazo del frontal se encogían y daban la vuelta rápidamente poniendo sus manos en su cara para parar la potencia del haz luminoso. Al hacerlo emitían unos sonidos confusos que de no ser por el peo que llevaba creería haber oído “Cabrón” e “Hijo Puta”.
A los que impedían nuestro avance no hubo más remedio que utilizar otras estrategias como la de gritarles frases hechas. “A la cama gandules” “Vamos a cerrar” o “Silencio o me cargo a tu amigo de un fogonazo”. Afortunadamente y sin saber cómo, comprendían nuestro idioma con lo que nuestros esfuerzos fueron fructíferos y resolutivos.
Tuvimos que dar dos vueltas para conseguir llegar a nuestras literas matando larvas por doquier. Lo conseguimos y nos acostamos.
Lo que vino después me es muy confuso.
Tan solo recuerdo algunos lapsus en los que un inglés me decía algo en su idioma y me despertaba del agradable sueñecito que me estaba pegando en la ducha; cuando el somier de la cama de encima comenzó a dar vueltas hasta lograr elevarse dos metros del suelo; o cuando alguien parecido a mi limpiaba afanosamente unos trocitos de cóctel de mariscos que alguien parecido a mi había depositado junto a nuestras literas.
Por suerte en seguida conseguí dormirme sin que ni el inglés ni el que se parecía a mí me molestase en esta noche que, sin duda, deleité de nuevo a todos mis compañeros con los dulces y armoniosos sonidos de mi nariz……. Los últimos.
Una noche en la que con seguridad pasaron por mi cabeza recuerdos imborrables, lugares encantadores y nombres inolvidables que espero haber sabido plasmar en estas líneas que siendo mis primeras (que con coherencia y poca gramática escribo) deseo que no sean las últimas

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